domingo, 8 de enero de 2012

HORACIO PRELER







HORACIO PRELER nació en La Plata en 1929. Ha publicado en poesía: Institución de la tristeza (1966), Lo abstracto y lo concreto (1973), La razón migratoria (1977), El ojo y la piedra (1981), Lo real, nuestra casa (1991), Oscura memoria (1992), Zona de entendimiento (1999), Silencio de hierba (2001), Casa vacía (2003) y Aquello que uno ama (2006).







SÍMBOLOS

Un extranjero recorre las calles
de una ciudad desconocida.
El misterio se encierra
en los extraños laberintos.
Los hombres pasan unos junto a otros,
sólo los viejos conocidos se saludan
con las ceremonias de costumbre.
Nos entendemos pobremente,
apenas delineamos los contornos del gesto
articulando símbolos heroicos
para superar el desamparo.






PAN DE LA CENA


Cada noche cortamos el pan de la cena,
tristes como un árbol a la hora del crepúsculo,
áperos como los perros
que despedazan a sus dueños.
Sitiados por el agua y la tierra,
por la luz y las sombras,
de arriba y de abajo,
dividimos las venas de los hombres,
bebemos de los senos de la noche,
sin poder escapar,
hambrientos de amor,
sedientos de claridad,
purificados por el aliento de la nada.






ROSTROS

Su madre suele repetir palabras incoherentes
y se confunde con los nombres y los días.
Los años vividos están clavados en sus manos
de gruesas nervaduras,
en sus pequeños huesos
que avanzan despiadados
y amenazan quedarse con su cuerpo.
Su alma se sostiene
apenas apoyada en un hilo de luz.

Cuando regresa a su casa, recorre su soledad,
enciende una pequeña lámpara
y envuelve en una vieja tela todos los recuerdos.
El tiempo dibuja patios antiguos,
calles arboladas,
paredes descoloridas,
disfraces que aprendió a querer,
rostros que abandonaron el rencor,
rostros de primavera,
y el sol, que no cesaba de brillar.




...

Sobre la dura consistencia del cuerpo,
la soledad busca refugio.
La plena voz ha muerto
y mece la cuna deshabitada.
Alguien llora,
algo ha quedado en la orilla del río,
y se parece a un grito.




...

El pensamiento se adhiere a la piel
de los cuerpos deformados:
Pero el olor de la casa
perdura en el huésped,
en el lugar de la entraña natural de la nostalgia,
en la miseria de la humillación
que no estaba prevista.

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